jueves, 7 de agosto de 2008

COSAS QUE ESCRIBO (O MEJOR, ESCRIBÍ)

Tus ojos acaban de resbalarse al sueño y tu mente al abismo. Entonces te conviertes en un mundo de claroscuros y en una presencia invisible. Quiero mirarte así, de frente, frente a tu nada y mi todo y tras una ciudad sin memoria. No quiero que despiertes, a pesar de que el destino ya esté escrito; ni que abras los ojos, a pesar de que el verde sea puro.
De repente, empiezan las horas vivas que de vez en cuando se rescatan del tiempo muerto y me acerco para no perder el imposible. Observo el bulto claro que ahora eres y busco debajo de tus brazos la última expresión de un amor y en tus pies los restos de unas alas aún calientes. Bebo la melancolía de los montes, la lengua que no evita el silencio, y los labios ligeros que claudican a tenerme pegada a ellos. Rozo algunas cárceles de bosques y paso de largo arrastrando mi vida en una mano. Tu pelo teñido de paz se prolonga en la almohada haciendo que se borren los contornos de tu isla. Derramas calma con una tristeza húmeda y todo el mundo creado retumba en tu pecho con un suave vaivén de inocencia. Cada respiro se convierte en un rapto de deseo y cada aliento en un mudo clamor desde las entrañas. Entonces caigo en la cuenta de que no entiendo el secreto, ni este afán, ni esta impaciencia, ni las manos, ni las bocas. Sólo las almas.